Existencialista de urgencia, provocador rabioso, más de tres décadas de trabajo en los teatros que han terminado con el exilio en Francia. Publica libro y en unos días regresa con tres espectáculos a España
Del ruido a la reflexión sólo hay un dramaturgo capaz de hacer del cuerpo palabra: Rodrigo García (Buenos Aires, 1964), existencialista de urgencia, provocador rabioso, más de tres décadas de trabajo en los teatros que han terminado con el exilio en Francia porque en España se le seguía considerando un autor de periferia. Violento y ácido Rodrigo García aterriza en Madrid con un calendario intenso: actuará en el Centro Dramático Nacional, en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía y en el Teatro Pradillo. El director del Centro Dramático Nacional de Montpellier-Languedoc-Rosellón desde 2013, vuelve a España a montar Arrojad mis cenizas sobre Mickey y la polémica Accidens, dentro del ciclo El lugar sin límites (desde el 11 de junio hasta el 5 de julio). Unos días antes pasará por el Festival de Otoño para mostrar Daisy. Además, la editorial La Uña Rota acaba de publicar Barullo. Un libro que recoge sus últimos años de producción, desde 2009 a 2015.
P. Este libro cierra casi treinta años de trayectoria teatral con más de treinta obras escritas, ¿cómo cree que ha sido la evolución del teatro de Rodrigo García? ¿Hacia dónde camina el Rodrigo García actual?
R. Me hace usted una pregunta relacionada con el deterioro de la carne. El tiempo hace mella en los músculos y los huesos, también tenemos la pérdida de la vista, asuntos del corazón, etc. Si tienes suerte y no padeces una enfermedad fulminante, pasa que caminas con cuidado, has envejecido sin darte cuenta, se nota mucho entre los cuarenta y cinco y los cincuenta años, eres menos atractivo físicamente para las mujeres jóvenes y más para otras, puede que perversas.
Todo esto es importante: no me interesa vivir sin ser un animal enérgico, ayer vi un perro labrador viejo, le di agua, intenté jugar con él y él ya no tenía las fuerzas ni el espíritu para jugar… No sé si me interesará vivir así, eso ya se verá llegado el momento.
'Créame que no atento contra el optimismo, mejor dicho, no atento contra la esperanza. Cuestiono una falsa dicha, una felicidad artificial, basada en tonterías como la familia'El camino hay que alumbrarlo, hacernos cada día un presente luminoso es agotador. Borges tenía sus utopías y pasiones públicas: Homero, Dante, los tigres, aprender lenguas olvidadas, pero seguramente guardaba para sí fantasías más profundas y nada eruditas, inherentes a toda existencia prosaica, que no conocemos porque se quedan en el ámbito de lo privado.
Estas motivaciones o anhelos, actividades vamos a llamarles “bajas” yo creo que son asuntos cruciales, mucho más que los elevados, solo que no se cuentan a la prensa y eso está bien, ¿por qué hacer públicas nuestras vergüenzas?
Me pregunta cosas imposibles de responder: ¿adónde voy? Nadie sabe dónde va y hay una enorme diferencia entre los que nos consideramos hojas movidas por el viento y los que están seguros de andar y crear “su” propio camino, de estos últimos me alejé siempre.
P. En el libro recuerda cómo fue optimista esporádicamente, conProtegedme de lo que deseo, pero el optimismo es una de las víctimas más notables de su teatro. ¿Qué otras bajas cree que ha causado: cinismo, hipocresía?
R. El solo hecho de reflexionar y compartirlo (mediante la escritura) es optimista: los Cínicos, Séneca, Schopenhauer, Cioran, Cèline: todos fueron optimistas. Créame que no atento contra el optimismo, mejor dicho, no atento contra la esperanza. Cuestiono una falsa dicha, una felicidad artificial, basada en tonterías como la familia (que siempre es un fracaso y un pozo de angustia para los conyugues) o el status social.
P. ¿Cómo definiría el estilo Rodrigo García y cuándo cree que apareció en su trabajo?
R. Apareció de manera prematura, a inicios de los años noventa, con mi obra Los tres cerditos, que produjo Carlos Marquerie. Yo no escribía, usaba textos de artistas plásticos y poetas. Hablamos entonces de estilo como ética, no importa si se aplica a la puesta en escena o a la literatura.
La elección de un camino, de una forma de hacer arte y de vivir, acaba definiendo el estilo, en realidad definen al ser. Otra cosa es el día a día, que lleno gustoso con entretenimientos técnicos para mejorar el sonido de una frase, buscar la expresión adecuada…
Gracias a su pregunta, esta es la primera vez que tomo nota de que fue Marquerie quien me dio la posibilidad de desarrollar mi caligrafía escénica. Se trataba de una pequeña producción enraizada en una confianza de acero de su parte, algo demencial, teniendo en cuenta que casi ni nos conocíamos por aquel entonces.
Pensar que Carlos sigue haciéndolo de nuevo, ahora mismo, con jóvenes artistas y desde el mismo lugar, el Teatro Pradillo de Madrid, me deja perplejo. Él no se cansa de hacer cosas importantes que las instituciones no saben apreciar en su justa medida.