Suicidio: «Una solución permanente a un problema temporal». Revista de Libros sobre el libro de Marc Caellas
Suicidio: «Una solución permanente a un problema temporal». Revista de Libros sobre el libro de Marc Caellas
Suicidio: «Una solución permanente a un problema temporal»
Notas de suicidio de Marc Caellas
El trabajo de Marc Caellas, como el de muchos artistas, tiene mucho de trabajo antropológico, de estudios del ser humano, sobre lo crudo y lo cocido, sobre la vida y la muerte ―términos que solo existen en la relación que los une―. Notas de suicidio es un libro que tiene pleno sentido en el conjunto de la obra de este escritor y director de teatro, que estrenó en 2023, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, «Yo sé perder», una pieza en la que el fracaso sale a escena y se representa desde una lógica no antagónica entre el «éxito» y el «fracaso».
Este librito de Caellas es un compendio de anécdotas sobre artistas que decidieron quitarse la vida, no sin antes dejar por escrito un último testimonio. Respetando la intención del autor, hay que decir antes que nada que se trata de un gesto de agradecimiento a quienes hicieron nuestras vidas más divertidas, excitantes y poderosas, porque, como afirma Caellas, es evidente que el genio de Anne Sexton o Alejandra Pizarnik se encuentra en sus libros, y no en sus notas de suicidio (p. 147). Dicho esto, el libro se extiende en torno a una pluralidad de notas de suicidio analizadas como un género literario que abordara la «calidad de muerte» (p. 95), un tema al que suelen eclipsar las discusiones en torno a la «calidad de vida».
De lo expuesto por el escritor y director de teatro, podemos extraer importantes lecciones.
Primera lección a extraer: nosotros, los occidentales, tenemos problemas con la muerte; tenemos dificultades para naturalizarla y comprenderla como parte de la vida. Para Caellas, uno de los indicios más claros de que aún estamos muy lejos de poder enfrentar la muerte sin miedo y sin prejuicios es «que soportar el dolor sea moralmente más respetado que sucumbir a él (…), aun siendo conscientes de que en muchos casos es la única salida digna de las personas desesperadas» (p. 87). A juicio de Caellas, las religiones, consideradas como estructuras de gobierno, han desempeñado un papel importante en la condena del suicidio. Según esta historia, que es también la historia reproducida y conservada por la mentalidad occidental, el suicidio «de ser pensado como un acto libre en la Antigüedad, pasó a ser pecado con el cristianismo, que luego se convirtió en un crimen, y que ahora se considera una enfermedad» (p. 17).
Los enfoques sociológicos o psicológicos también han contribuido a extender la idea del suicidio como un mal social, como un problema de salud pública. El filósofo italiano Bifo Berardi, por ejemplo, señala que «El suicidio se está convirtiendo en una epidemia, como consecuencia del estrés social, el empobrecimiento emocional y el constante asalto sobre la atención. Según la OMS, en los últimos cuarenta y cinco años, los índices de suicidio se han incrementado un 60% en todo el mundo. Estas cifras no incluyen los intentos de suicidio, una cifra unas veinte veces superior a los suicidios consumados» (Héroes. Asesinato masivo y suicidio, pp. 147 y ss).
Este es el enfoque que combate Caellas, quien analiza el suicidio, siguiendo a Jean Améry, autor de Levantar la mano sobre uno mismo (1976), no como un fracaso, sino como una de las posibilidades inherentes de la vida, de la que la muerte forma parte. A partir de la obra de Améry, Caellas persigue en este libro hablar «la lengua del suicidario; lengua en la que es difícil debatir con los que opinan que no es el individuo quien se da muerte libremente, sino que es la sociedad quien conduce al individuo indefenso hasta el suicidio» (p.16).
Se podría decir que Marc Caellas toma las notas de suicidio como un género literario que da acceso a la muerte desde dentro. Las notas de quien se quita la vida serían el penúltimo acto vital; un acto que suele ser (pre)meditado y que Caellas considera un acto de comunicación fallido. La nota de suicidio, nos dice, «es una confesión de que la palabra ya no alcanza» (p. 25). Un epitafio anticipado en el que quien se marcha toma la palabra, una palabra que «ya no alcanza», pero que está llena de sentido. Sin romantizar el suicidio, Caellas lo respeta y hasta simpatiza con los suicidas, «especialmente con los suicidas lúcidos, los que desdramatizan la muerte y asumen su partida» (p. 95). Reivindica así la libertad individual de poner punto y final a nuestra biografía. Siguiendo el consejo de Cioran: «El verdadero suicidio, el más logrado, es el de quien lo tiene en su repertorio de posibilidades, pero lo deja para después. Un “no dejes para hoy lo que puedes hacer mañana”» (p. 15). Me atrevo incluso a pensar que el propio Caellas, considerándolo una opción vital por derecho propio, no sucumbirá a la opción del suicidio, sino, como el propio Cioran, a su aplazamiento indefinido hasta que la vejez haga su trabajo. La vejez, dijo una vez el director de cine James Whale ―el primero en adaptar Frankenstein, la novela de Mary Shelley a la gran pantalla en 1931― es mi método preferido para suicidarme; por más que Whale optara, finalmente, por ahogarse en la piscina de su mansión de Hollywood, dejando una nota que decía: «El futuro solo es vejez, enfermedad y dolor. Quiero tener paz y esta es la única manera» (p. 91).
Segunda lección a extraer: siguiendo aquí a Simon Critchley en sus Apuntes sobre el suicidio (Alpha Decay, 2022), en muchos puntos en consonancia con las Notas de suicidio de Caellas, habría que ampliar nuestro vocabulario sobre el suicidio para permitirnos un tratamiento diferencial de un término que permite pensar, generando ambigüedad, tanto la sobredosis, como la eutanasia, junto a otras tantas posibilidades de muerte voluntaria.
Tercera lección a extraer: el suicidio no es cosa de cobardes. Al contrario que quien sostiene que el suicidio sería una forma de rendirse, Caellas afirma que «para quitarse la vida hace falta coraje» (p. 87). Cesare Pavese, por su parte, considera que para quitarse la vida «hace falta humildad, no orgullo» (El oficio de vivir). En este sentido, Pavese tiene, frente a Cioran, la autoridad de predicar con el ejemplo; la autoridad de quien se suicida, solo, en la habitación de un hotel de Turín.
Por último, pero no menos importante, entre los aportes más valiosos del libro hay que destacar la inclusión de una «bibliografía suicida selecta», encabezada por el clásico de Jean Améry al que le acompañan títulos como Prohibido entrar sin pantalones, de Juan Bonilla; Tractatus lógico-suicidalis, de Hermann Burguer; Suicidio, de Edouard Levé; El gesto absoluto, de Santiago López Petit; Ariel, de Sylvia Plath, O no ser, Antología de textos filosofics sobre el suicidi, de Oriol Ponsatí-Murlá, o el galardonado Semper dolens de Ramón Andrés (Acantilado, 2015). Este último, en particular, es una valiosísima «Historia del suicidio en Occidente» que contiene, además, una «Filosofía del suicidio» que no se agota en las corrientes del romanticismo de Goethe, el existencialismo de Kierkegaard o Camus, el cristianismo decepcionado de Philipp Mainländer y el nihilismo de Dostoyevski, sino que engloba también otras interpretaciones. Por ejemplo, el Hegel de Kojève y su comprensión del suicidio como la manifestación suprema de la libertad abstracta del individuo aislado, pues «el Hombre no podría ser libre si no fuera esencial y voluntariamnete mortal […] Si el hombre no fuera mortal y no pudiera darse muerte sin “necesidad”, no se sustraería a la rigurosa determinación de la totalidad dada del Ser, en cuyo caso merecería llamarse “Dios”». Las reflexiones de Ciorán en Silogismos de la amargura, El aciago demiurgo o Breviario de podredumbre, donde afirma: «Si las religiones nos han prohibido morir por nuestra mano es porque veían en ello un ejemplo de insumisión que humillaba a los templos y a los dioses», por tanto, «el acto de matarse, ¿no parte de una fórmula radical de salvación?». En su Historia del suicidio en Occidente, Ramón de Andrés también recuerda, muy acertadamente, la polémica del suicidio del siglo XX iniciada por las críticas de ciertos filósofos y buena parte de médicos psiquiatras al escrito sobre el suicidio de Karl Jaspers, recogido en la segunda parte de su Filosofía, publicada en 1956.
Las notas de suicidio de Caellas reviven este debate y polemizan sobre la incapacidad de admitir, en palabras de Jaspers, que «la alegría de vivir concibe la muerte como la verdad de la vida».
Nantu Arroyo es investigadora postdoctoral en la Universidad Autónoma de Madrid, donde se doctoró en Filosofía. Ha sido investigadora predoctoral en la Universidad de Paris 8 (Saint-Dénis) y en Paris X (Nanterre).