Entrevista a Almudena Sánchez en la revista "Vogue" a propósito de su primer poemario, "Gramática de mi madre"
Entrevista a Almudena Sánchez en la revista "Vogue" a propósito de su primer poemario, "Gramática de mi madre"
ENTREVISTA
Almudena Sánchez, sobre la relación maternofilial: “Es una especie de: ‘Te quiero muchísimo, pero no puedo’. Nunca he sabido cómo arreglar esto”
Gramática de mi madre es el primer poemario de la escritora mallorquina, una exploración literaria en la que los versos permiten acotar los silencios que han caracterizado la compleja relación con su progenitora
Cuando se le pregunta por la esencia temática de su primer poemario, Gramática de mi madre (La uña rota; ya a la venta), Almudena Sánchez se desmarca con una reflexión que alude directamente al título de la obra. “Al final, todos mis libros van del lenguaje que no comprendemos. Fármaco (Literatura Random House, 2021) era sobre una depresión que pasé, y abordaba cuestiones indecibles sobre la salud mental. Aquí vuelvo a tratar cosas indecibles que tienen que ver con el acto comunicativo. Querer con amor, con sentimiento, pero no poder expresarlo de tal manera que nos haga llegar a un escenario de comprensión mutua. El lenguaje como amor y como conflicto constante”, cuenta la mallorquina, también autora de La acústica de los iglús (Caballo de Troya, 2016).
Con versos que van dibujando un paisaje cada vez más árido y siniestro, en el que ante todo se vislumbra la belleza introspectiva de quien se ha propuesto hurgar en una verdad punzante, este breve poemario consigue retratar la brecha existencial (y el sufrimiento que esta acarrea) que puede llegar a definir el vínculo entre madre e hija. Una conversación a la que Sánchez, desde una óptica desornamentada, directa, tiene mucho que aportar.
¿Qué has querido buscar en la poesía que hasta ahora no habías encontrado en la narrativa o en otras formas de escritura?
Siempre he intentado escribir sobre la relación con mi madre en forma de narrativa, lo he intentado abordar en primera persona y en tercera, en forma de novela y de relato, pero nunca me salía. Y creo que, para esos temas tan inexpresables como pueda ser esta relación tan rara que se remonta a los siglos de los siglos, lo mejor es recurrir al poema. La poesía es la forma más fragmentaria, más sutil y más abstracta, quizá, de decir las cosas. No me quedaba otra.
Subyace en todo el poemario una sensación de libertad en el uso del léxico y las fórmulas. ¿A que se debe esta deriva experimental?
No somos libres casi en ningún contexto. Siempre estamos siguiendo el protocolo, siendo muy civilizados. Pero, en el arte, creo que nos podemos permitir ser todo lo libres posible. Mi madre va a leer este poemario, pero a mí me da igual. Yo le digo: ‘Mira, esto es ficción’. Porque, si no, no se puede. Yo no escribo para contentar a mis familiares o a mis amigos. Escribo para reflejar un sentimiento de naturaleza universal o un episodio desgarrador que me ha pasado. Escribo sobre algo que me revuelve el cuerpo. Es el lugar para poder expresar, plantear dudas o lanzar frases al aire simplemente para poder preguntarnos qué tipo de conflicto o qué belleza tenemos aquí. Sin tapujos. Yo escribo desnuda.
Además, la reconstrucción de la narrativa que requiere el proceso de escritura ya entraña necesariamente un artificio. Uno que normalmente juega a favor de quien articula el relato, de hecho.
Claro. Aunque yo me inspire en hechos biográficos, la memoria es selectiva y, seguramente, cuando mi madre lo lea no entenderá por qué digo muchas de las cosas que digo. Cada uno vivimos las relaciones de una forma distinta. A veces, incluso, contrapuesta entre sí. Culturalmente, la complejidad del vínculo de la madre con la hija se ha explorado mucho menos que el del padre con el hijo. La relación con la madre es rara, debido tanto a los retos de las estructuras patriarcales como a muchos otros aspectos. Y ya es hora de abordar qué nos pasa a las mujeres con otras mujeres, a las madres con sus hijas, y a las madres con otras madres. Me parecía importante tratar esto. Hace poco tuve un bebé y, cuando me dijeron que iba a ser niño, casi como que suspiré aliviada porque, si hubiera sido niña, la amenaza de repetir los mismos patrones que habían definido la relación con mi madre era mayor. Es una tontería abismal, no tiene por qué ser así. Pero subyace ese mensaje de que las niñas son más complicadas.
En el panorama editorial actual hay una mayor cantidad de obras que ahondan en la relación de las madres y las hijas. Otro ejemplo que ha dado mucho que hablar es ‘Las hijas horribles’, de Blanca Lacasa. Una de sus conclusiones es que ese vínculo sería mucho más sano si las dos partes se reconocieran como sujetos autónomos y válidos en sí mismos. ¿Estás de acuerdo?
Sí. Biológicamente, creo que madres e hijos no estamos destinados a estar toda la vida pegados y a tener tantísima relación. Los animales se dejan muchísimo más espacio. Creo que, dentro de un equilibrio, tenemos que fijarnos más en esos patrones de conducta. Tenemos una gran dificultad a la hora de gestionar el apego. A lo mejor sí que nos falta recorrer un sendero de libertad, de confianza, de soltar un poco. Y, a la vez, miro a mi bebé y me doy cuenta de lo difícil que es. Me cuesta hasta estar en habitaciones separadas. Es complicado. Los seres humanos tenemos muchas dobleces a la hora de relacionarnos.
¿Hay un exceso de expectativas por parte de la madre y del padre con respecto a los hijos en la medida de proyección de sí mismos? Como si el hijo fuera un indicador más del éxito personal de sus progenitores.
Ese es uno de los principales problemas. En mi caso, mi madre siempre ha querido que yo sea lo que ella no ha podido ser. Se ha proyectado en mí completamente. Trato de decirle: ‘Por favor, sé tú y yo seré yo’. Que sea su hija, que me haya dado la vida y eso me suponga un agradecimiento diario, no quiere decir que yo sea una mera extensión de ella. Somos personas distintas. Hay un poema que habla de eso. Siempre me dicen que me parezco mucho a ella físicamente, y parece como que nunca sales de ahí. De estar dentro de la barriga. Y sí, me parezco, pero no soy ella. Una de las cosas que más intento es evitar pensar en la maternidad como una forma de perpetuarme. Para ser un poquito feliz, mi hijo tiene que hacer lo que él desee hacer. Si no, nos instalamos en una atadura constante y perpetua. Muy carcelaria, de alguna forma.
Otro de los aspectos que abordas es el de cómo a veces se levantan muros comunicativos cada vez más altos, sin que ninguna de las dos partes sea capaz de encontrar las palabras con las que paliar esa dinámica. Con los años, la separación es cada vez más grande.
Exacto. Por eso se titula así: Gramática de mi madre. En referencia a ese lenguaje que yo no entiendo. Es un lenguaje que ella habla, un lenguaje que ella me ha enseñado a mí a hablar. Pero nuestros conceptos son muy distintos y, a pesar de haberse tejido en la misma casa, en la misma habitación, esos lenguajes terminan yendo cada uno por su lado. No se pueden comprender. Es una especie de: ‘Te quiero muchísimo, pero no puedo’. Nunca he sabido cómo arreglar esto y por qué pasaba lo que pasaba.
También en ese contexto cobra fuerza la idea del silencio, que está presente en varios poemas. De no ser capaz de decir todo lo que se contiene dentro. O ni siquiera una parte. ¿Cuál es el origen de esa incapacidad en un momento determinado?
Quiero, pero, muchas veces me da miedo hablar con ella. Porque pienso que cualquier cosa que diga se puede malinterpretar. Y creo que a ella le pasa exactamente lo mismo que a mí. Entonces, estamos como mudas, siempre. La veo, intento no hablar mucho, ella tampoco habla mucho. Es un silencio cordial, como de pacto de no agresión. Pero no es una relación madre-hija normal, es una relación como para no pelearnos. Es como si nos hubiéramos divorciado y hubiéramos dicho: ‘Venga, vamos a llevarnos bien’. Es doloroso y es duro. Una situación que me genera miedo, ansiedad... muchas cosas. Los vínculos afectivos, la relación con una misma, la propia identidad, se tienen que poder reconstruir a través del lenguaje. Por eso escribo. Este libro es para ella. Casi todos mis libros son para mi madre. Y, sin embargo, ella no ha leído los anteriores y no sé si va a leer este. Otra falta de entendimiento.
¿Cómo conectas tú con la poesía como lectora?
A veces, conecto con dos palabras, con tres o con una. Siento ese escalofrío de decir: ‘Esto no lo había pensado así y, además, me está haciendo temblar’. Leo a un montón de autoras contemporáneas. A Berta García Faet, Ángela Segovia, Angélica Liddell, Luna Miguel, María Sánchez... Las leo a todas y tienen eso. Yo también quiero hacer sentir algo así, aunque sea desde un lugar nebuloso. Si se entiende lo más mínimo, y ese mínimo hace estremecer, creo que ya eso se puede considerar poesía.