«Mierda bonita, de Pablo Gisbert: necesitamos que, de vez en cuando, alguien nos meta el dedo en el ojo.»

05.01.2016

«Mierda bonita, de Pablo Gisbert: necesitamos que, de vez en cuando, alguien nos meta el dedo en el ojo.»

Publicado en Libro e Instrucciones de Uso

Reseña de Mierda bonita, de Pablo Gisbert, en el blog Libros e Instrucciones de Uso

 

Mierda bonita, de Pablo Gisbert: necesitamos que, de vez en cuando, alguien nos meta el dedo en el ojo

 

Uno va por la vida como si nada, se toma unas copas con los amigos, se va el fin de semana a comer cochinillo a un pueblo de las afueras de la ciudad, está en Facebook, claro, y en Twitter, cómo no, y allí conoce a mucha gente, gente muy guay a la que nunca conoce en persona (¡por supuesto!), también se va de vacaciones a países exóticos, esos países en vías de desarrollo o, mejor aún, subdesarrollados, en los que los niños te persiguen constantemente para luego poder llegar de nuevo a tu vida acomodada y poder decir: qué mal lo pasan allí, colega, si vieras aquello (pero él no ha ido porque tiene un sueldo de mierda y no puede permitírselo, ahí está la gracia de poder contárselo). Sin embargo, un día estás en la barra con un amigo y te dice: aunque lo creas, no estás tan bien. Tú, que no crees haber entendido el mensaje, contestas ¿qué? Y él te lo repite, y ahora sí es un directo a la mandíbula: que no estás tan bien, colega. Ese amigo sincero (si no lo fuese, no sería tampoco amigo) te abre los ojos de par en par con la frasecita de marras.

Hay escritores que cumplen esa misma función del amigo sincero. Son tipos incómodos, a los que tampoco quieres escuchar durante mucho tiempo porque hurgan demasiado adentro, sacan a ventilar tu conciencia y la usan de mondadientes. Son gente incómoda, desasosegante: son escritores. Muchos de ellos, por cierto, no han elegido la novela como medio de expresión. Quizá estamos demasiado acostumbrados al lenguaje novelesco y toda crítica es ya imposible o se ha agotado mediante esa vía, de ahí que los mejores autores de esa estirpe se encuentren ahora –y siempre, por cierto– en el teatro. Su lenguaje más directo –no por ello menos asombroso–, su dinamismo y su mayor pegada (la fuerza del diálogo, también la del monólogo dramático) consiguen que sus mensajes se expresen de un modo más descarnado.

Entre los autores contemporáneos que se encuentran en este grupo hay varios a los que ha dado voz La Uña Rota, que está llevando a cabo una labor encomiable dando a conocer textos teatrales que, de otro modo, no llegarían a nosotros si no fuese acudiendo a los teatros, lo que limita mucho la capacidad de estos textos para alcanzar de forma efectiva a un público más o menos amplio. A ello se suma el hecho de que la puesta en escena de estos textos no suele ser convencional, por lo que cierto público que podría sentirse atraído por ellos, quizá salga decepcionado o, al menos, desconcertado, al asistir a alguna de sus representaciones. Entre estos autores se encuentran Juan Mayorga, Angélica Lidell, Rodrigo García y, el último en debutar en la editorial segoviana, Pablo Gisbert con Mierda bonita. Este conjunto de monólogos de Pablo Gisbert consta de dos partes: la primera recoge algunos de los que han sido representados en el teatro y una segunda que contiene textos que no formaron parte de las representaciones pero que fueron importantes durante su creación.
No hay un nexo común explícito en los temas de los textos, pero es indudable que hay una aproximación estilística similar y, sobre todo, una crítica social mordaz que no da tregua. Los textos ponen sobre la mesa nuestras vergüenzas y contradicciones para que nos las desayunemos sin un triste vaso de agua con el que empujarlas hacia el gaznate. Están ahí nuestros miedos individuales y, sobre todo, los colectivos, pues, aunque las apelaciones son personales, los textos abordan temas que nos tocan más como sociedad, de ahí que el espacio de la sala de teatro, sentados entre personas a las que no conocemos de nada, con las que apenas tenemos nada en común –o eso creemos– se convierta en el lugar ideal para que comencemos a vernos como partícipes de proyectos comunes, como miembros de una sociedad en la que priman la hipocresía, la intransigencia, el egoísmo y la falta de memoria. 

En general los textos parten desde la posición del observador y las disgresiones nos llevan aquí y allá en un laberinto del que se sale sin resuello. Solo en algún caso esa crítica se transforma en un mensaje explícito que va más allá de la mera exposición de los hechos, como ocurre en La historia del rey vencido por el aburrimiento.  

Quien llegue a casa, y aun vendiendo su vida a 5,50 la hora, no necesite maltratar a alguien, es un radical. Sabiendo cómo están las cosas,lo radical es tener más de dos hijos.Sabiendo cómo están las cosas,lo más radical del mundo es aplaudir.Sabiendo cómo están las cosas,lo más radical es comer sano, seguro y equilibrado.Sabiendo cómo están las cosas,lo más radical es pasar una semana perfecta de vacaciones con tu pareja en un país en vías de desarrollo.[…]Te digo una cosa,es normal sentir miedo, es normal tener miedo.En el momento en que existe una persona que vende su vida a 5,50 la hora,existirán los locos. Que sepas que esa persona, esa gente, se está volviendo loca.Está completamente destrozada.Y, por supuesto,ten miedoporque pueden hacerte cualquier cosa.  

Observen cómo el cansancio derrota al pensamiento es uno de los mejores textos que forman parte del libro. Construido a partir de preguntas, con respuesta cortas, al principio, más largas después, es junto con La chica de la agencia de viajes nos dijo que había piscina en el apartamento, uno de los que mejor retrata el tono de los textos y su idiosincrasia. En ellos se habla del turismo del exotismo, de la historia fascista de España, de nuestras contradicciones más íntimas –como personas y como colectividad– de la búsqueda de alternativas escabrosas en el sexo, de la geometría que prima en la mentalidad de algunos pueblos –el austriaco, sobre todo–, incluso de la vulgarización y la comercialización de sucesos históricos que deberían servirnos como ejemplo, y que hoy no son otra cosa que iconos pop, museos disneyzados de los desechos del siglo XX. Lo que nos venden son objetos e ideas sin sustancia pero, eso sí, muy bien diseñados, que reluzcan mucho para disimular su inutilidad: eso son las mierdas bonitas.
Si bien los textos de la segunda parte (la llamada CARA B) del libro no alcanzan la calidad de los que forman parte de la primera, no desentonan en exceso y se leen con interés. Los textos de Guerrilla on quizá los más interesantes de esa amalgama de textos heterodoxos. 

Las comparaciones de Pablo Gisbert con Rodrigo García son inevitables. Ambos emplean un lenguaje muy similar, cada uno con una puesta en escena diferente, pero los temas y la forma de desarrollarlos, incluyendo referencias muy cercanas al espectador y apuntando a conflictos cotidianos, son muy similares. Autores como ellos son esenciales porque tenemos poca memoria y, por muy bien que nos vayan las cosas, necesitamos que alguien nos meta el dedo en el ojo de cuando en cuando, para no bajar la guardia.