«Las caricias de una mujer que ha deseado morir desde su nacimiento», por María Velasco

25.05.2015

«Las caricias de una mujer que ha deseado morir desde su nacimiento», por María Velasco

Publicado en Primer Acto

PREDICANDO EN EL DESIERTO

Ciclo de las resurrecciones, de Angélica Liddell.

Por María Velasco

“Interrogar a Dios mientras corre desnuda”, eso hace Angélica Liddell en las tres obras publicadas en este volumen: Primera carta de San Pablo a los c, You are my destiny y Tandy. Son las obras que ya no podremos ver en España, después de que la artista haya renunciado a nuestra escena en protesta por las políticas culturales. Cada una de las frases de este ciclo es una genuflexión (un gesto frente a lo invisible), y estigmas las palabras. Predicando en el desierto, Liddell da la razón y se la quita a los que identificaban su retórica con catequesis. ¿Cómo se convierte una blasfema en religiosa?

La resurrección era la única epifanía posible después que el mundo acabase en Venecia y Ciudad Juárez (La casa de la fuerza, Premio Nacional de Literatura Dramática, 2012) y en China y en la isla de Utoya  (la trilogía de El centro del mundo). No es sorprendente que, después de estos movimientos, la obra de Liddell haya entrado en el tiempo de lo sagrado. En su último estreno en Madrid, Todo el cielo sobre la tierra (el síndrome de Wendy), además de la sacerdotisa de una misa negra (¿rock star?), ya era chamana.

El aliento sagrado del Ciclo de las resurrecciones no supone, pues, ningún rompimiento. Lo sagrado está presente en toda su producción, que ofrece una alta coherencia y ha sido denominada posdramática, pero también predramática, por su reinvención de la tragedia. El amor y la muerte siguen siendo los temas capitales, por no decir los únicos, solo que en lugar de hacer osmosis con la política (y con la memoria), esta vez lo hacen con lo sagrado. Con ello nos referimos a los valores que trascienden al individuo, pero también, según la acepción de Bataille (la que nos permite hablar de mística a colación de Pasolini o San Genet), a lo prohibido, lo violento, lo peligroso, cuyo solo contacto anuncia la destrucción.

Angélica venía acusando una ruptura insuperable con el mundo humano (más allá de la fobia social). En el diario anexo a las tres obras del ciclo, La novia del sepulturero, se declara excomulgada de lo real y admite que siempre le han fallado las fuerzas para lo cotidiano: “Hay algo mediocre en lo terreno y maravilloso en lo absoluto”. Pero como heroína trágica que es, Angélica no halla refugio ni en el cielo ni en la tierra, y su ansia de absoluto se constituye a menudo en un motivo de desgracia en los desiertos de la realidad: “¿Por qué, Dios mío,  /en mi angustia, / mi temor y mi espanto, / te has alejado de mí?”

Como todas las niñas que fueron a colegio de monjas, de pequeñita, Angélica quería casarse con Cristo, pero quedó plantada en el altar, porque “el Amado” (siguiendo con la tradición mística de Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz), es ese Dios oculto que describió Lucien Goldmann en El hombre y lo absoluto, El dios oculto (1955). Angélica parece conocer la obra del filósofo y sociólogo francés de origen judío rumano. Su Dios, “siempre presente y siempre ausente”, es también el de otro ateo, Ingman Bergman. La cita del director sueco al comienzo de Primera Carta… es fundamental para interpretar todo el tríptico: “La fe es como amar a alguien que está ahí fuera, en las tinieblas, y no aparece por mucho que se le llame”. ¿Cómo sobrellevar esta Pasión (en su doble acepción, apetito y padecimiento) por un Amado abseondictus? Angélica, que reconoce un único mandamiento, “amarás”, parece exaltar ese amor-no-correspondido: “¿Si amara a los que me aman qué mérito tendría?”. Su herejía consiste en comportarse como si Dios existiera a sabiendas de que no existe, hablar con Él / con el Amado, escribirle (siempre se escribe para amar a alguien) aun a sabiendas de que no es escuchada. 

[…]

La triada, como el diario y los salmos, “Cantos de amor en la Emilia-Romagna” (apéndice), están acrisolados por la confesión y el lenguaje bíblico. El “gorno” (acrónimo de “gore” y “porno”) convive en armonía con esta fuente, no solo porque en la Biblia se hayan contabilizado 1.106 versículos que hablan de formas de matar; 515 sobre masacres y asesinatos; 96 sobre sexo, sino porque ella anula la dicotomía de carne y espíritu: “El deseo de la carne era el deseo del espíritu. / Y el deseo del espíritu era el deseo de la carne”. Oponiéndose a la discontinuidad, Angélica usa el oxímoron como pleonasmo: “porque la castidad nace del propio deseo”, “la muerte viene por un hombre / y por un hombre viene la resurrección”. Esta “boda de contrarios” es otro ejercicio más dentro del crossfit al que Angélica se entrega como "Cristo idiota” (programa de mano de El matrimonio Palavrakis) o “chivo descuartizado” (Claudia Castellucci) al grito de “quiero ser Tandy, quiero ser Tandy”, o lo que es lo mismo, “tener la fuerza para ser amada”.

Quien no lea El ciclo de las resurrecciones nunca sabrá cómo son las caricias de una mujer que ha deseado morir desde su nacimiento.

 

La reseña completa puede leerse en la revista Primer Acto. Cuadernos de Investigación teatral nº 348, I/2015, pp. 291-293.