"Luces de varietés", un ensayo emocionante y minucioso, según Azahara Alonso

08.10.2020

"Luces de varietés", un ensayo emocionante y minucioso, según Azahara Alonso

Publicado en LIBROS, nocturnidad y alevosía

Luces de varietés, de Manuela Partearroyo

 

Publicado por | 21, Sep, 2020 |

 

En la hiperconocida –y grandiosa– escena de la película Annie Hall (Woody Allen, 1977), un hombre demasiado autocomplaciente comparte sus opiniones en la cola de un cine. El personaje de Allen, cargado de vis cómica y en una incómoda conversación con su pareja, no puede soportar la pedantería mal informada del compañero de espera, especialmente cuando este habla de McLuhan. Harto, tira la cuarta pared y se dirige a cámara: «¿Qué hacer cuando estás atrapado en la cola del cine con un tipo como ese?», con alguien, añadiríamos, que no sabe de lo que habla. En un golpe maestro, aparece entonces el propio Marshall McLuhan, quien confirma la impresión con un irrebatible argumento de autoridad: ese hombre no tiene ni idea de su obra. «¡Cielos, si la vida pudiese ser siempre así!», termina la escena.

En efecto, ojalá la vida –la cultura– fuese así y contase con la capacidad de contrastar tajantemente las teorías que sirven a algunos para darse brillantina y no tanto para tender puentes, aumentar o perfilar conocimientos. Por suerte, siempre quedan autoras cuyos libros arrojan luz verdadera, de la que ilumina y da calor. Así llegamos a Luces de varietés. Lo grotesco en la España de Fellini y la Italia de Valle-Inclán (La uña rota, 2020), el primer libro de Manuela Partearroyo (Madrid, 1988).

Como aquel hombre en la cola del cine –que, por cierto, comienza la escena hablando de Fellini–, son muchos quienes hoy utilizan, para hablar de la tenebrosa actualidad política, el adjetivo “grotesco”. Pero son escasísimos quienes, como Partearroyo, han investigado con tanto rigor y dedicación en los últimos tiempos su origen, significado y alcance, su uso exacto. Dejémoslo claro desde el principio: lo grotesco, tal como señala la autora, «camina siempre rondando lo excesivo, lo estrafalario, lo bufonesco, lo ridículo. Parece ser algo que no es real, o no solo, algo que ha sido transformado a través de una tonalidad cómica con el propósito de ridiculizarlo, o por lo menos con el propósito de mirarlo desde un punto de vista que no es objetivo. Así, lo grotesco puede no ser más que un acento, un condimento que se le añade a la realidad para alterar o deformar la visión que de ella tengamos. No consigue alterar el orden de las cosas que mira, tan solo el modo en que nos posicionamos ante ellas».

 


Manuela Partearroyo

 

Luces de varietés nace de un encuentro más inesperado que fortuito, o de un extraño milagro: la semejanza entre los personajes de Nannina, de El milagro (mediometraje de Rossellini estrenado en septiembre de 1948), y de la doncella Ádega, de Flor de Santidad (obra teatral de Ramón del Valle-Inclán, del año 1904). Y lo proponemos en este orden inverso a la natural cronología porque el asunto va de influencias: Fellini, guionista de El milagro, se defendió de las acusaciones de plagio, pero la inspiración parece incuestionable. A partir de esto, Partearroyo afirma que El milagro representa «el momento del cambio que abandona el realismo puro, el que cuenta el presente y entra en una visión nueva, más literaria, más crispada, más cómica pero igualmente política que apunta hacia la risa grotesca», una risa que se hiela en los labios, como quiere la ubicua musa funambulesca que da la vuelta a los valores morales impuestos. Se trata de disfrazar la crítica de comedia para que así pase desapercibida a la censura. Con estos presupuestos, Manuela Partearroyo se propone analizar el mejor cine del neorrealismo en la Italia de los cincuenta –y su más allá–, que tendrá un eco inconfundible en España en décadas posteriores. En este intercambio, las dos partes mostrarán unas profundas raíces en el arte tradicional popular, en el sainete, el entremés, la comedia del arte… pero también en el carnaval, «la celebración de lo confuso». La afinidad estética mediterránea viene marcada por una serie de flechazos y matrimonios grotescos: Valle-Inclán y Bragaglia, Ferreri y Azcona, Fellini y Berlanga, Flaiano y Beltrán.

Además de porque la propia autora lo señala en algunas líneas, se percibe en Luces de varietés su pertenencia a un estudio mucho mayor, del que este es solo una pequeña aunque sustanciosa parte. Su ascendente académico, en cualquier caso, se diluye en un tono grácil y desenfadado con el que la autora hila los capítulos y hace partícipe al lector, en confianza divertida. Una acertadísima voz que, lamentablemente, queda ensombrecida en algunas ocasiones por descuidos en la más estricta forma de las palabras, algo que sin duda quedará enmendado en siguientes ediciones.

La estructura del libro respira esa claridad expositiva y también es reflejo de una de las claves de los esqueletos grotescos: Luces de varietés puede responder en sí mismo a una estructura de retablo, algo que precisamente se analiza hacia el final de sus páginas. Consiste este en la sucesión de diversos cuadros segmentados o elípticos que responden a una narración superior que los unifica conceptualmente como eje. A su vez, este ensayo se despliega en una simetría cuyo centro ocupa el capítulo «La poética del grotesco», fundamental para mostrar el carácter y la «genuina rebeldía» de su campo de estudio. Antes y después justifica plenamente su propuesta, ahondando en las huellas de ese grotesco necesario y en numerosas figuras clave, entre las que, evidentemente, destacan Valle-Inclán y Fellini.

Luces de varietés es, en fin, un ensayo emocionante y minucioso, a través del que Manuela Partearroyo contagia su irrenunciable entusiasmo por el cine, la crítica sabia y, por supuesto, la risa.

 


Fotografía de Azahara Alonso