La nada y las tinieblas, de Fridegiso de Tours
La nada y las tinieblas, de Fridegiso de Tours
Reseña publicada por David Sánchez Usanos en Factor Crítico
En tiempos tan insustanciales como éstos resulta excitante encontrarse con editoriales que, como La uÑa RoTa, van a su aire. Hace no demasiado hablábamos en Factor Crítico de la primera biografía de Beckett en castellano —el ciclópeo documento de Anthony Cronin— y vemos que en el catálogo del sello segoviano figura también Visita al profesor Kant, de James Boswell y otras obras de Thomas Bernhardt o Alessandro Manzoni. El libro —más bien librito— que hoy nos ocupa, La nada y las tinieblas, es una carta del año 800 escrita por Fridegiso de Tours, miembro de la Escuela de Aquisgrán, destinada a probar (!) la existencia efectiva de la nada y las tinieblas empleando argumentos basados tanto en la luz de la razón como en la interpretación de las Sagradas Escrituras. El texto se presenta en edición bilingüe (latín-castellano) y con ilustraciones de Javier Roz.
Además del cultivo de la excentricidad y de un acusado amor por la obra de Samuel Beckett, sospecho que en La uÑa RoTa hay un hilo conductor que explica la aparente dispersión de su inventario y que tiene que ver con cierta marginalidad bien entendida y con la exquisitez. Bueno, y ya que estamos, con el asunto de la nada, que es lo que hoy nos trae aquí.
La nada y las tinieblas encuentra su sentido en un contexto histórico e intelectual que nos resulta remotísimo: una Europa en reconstrucción —o, mejor dicho, en construcción— tras las invasiones bárbaras, una preocupación por hacer coincidir —o, al menos, hacer compatibles— la fe (cristiana) y la razón y un interés por parte del poder —en este caso el emperador Carlomagno— de contribuir al sostenimiento de la unidad política con un fomento del arte, la filosofía y la literatura. Estos y otros aspectos aparecen en la introducción que realiza el traductor de la obra. Se trata de Tomás Pollán, profesor de filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid y uno de los personajes más carismáticos de la universidad española. Su tremenda erudición se concierta con una militante aversión a dejar testimonio escrito de sus reflexiones; por ello no faltará quien, atraído por su magnetismo, adquiera esta obrita con el deseo —puede que morboso— de hacerse con unas páginas de tan esquivo preceptor. La presentación que hace, más extensa que el propio texto de La nada y las tinieblas, cumple a la perfección el papel de situar al lector de manera que le permita entender y valorar la relevancia de las propuestas de Fridegiso de Tours. Está escrita, además, con un tono sobrio y equilibrado: informa con rigor pero no abruma con sobreabundancia de datos, citas y notas.
Uno de los lugares comunes a la hora de hablar del origen de Occidente consiste en mencionar la confluencia de dos grandes corrientes de pensamiento: la grecolatina y la judeocristiana. Dejando a un lado que se pueda hablar de «lo grecolatino» o «lo judeocristiano», lo cierto es que tal confluencia, pensada a fondo, a veces parece una verdadera colisión. Y quizá uno de los puntos donde la juntura resulta más forzada es precisamente la cuestión de la nada. Se trata de un concepto crucial para la parte judeocristiana de la operación, pero es una idea realmente monstruosa e impensable para los principales autores griegos que todos tenemos en mente, y posiblemente aún lo siga siendo para nosotros. Así, algunas de las mentes más inquisitivas de nuestra tradición (Gottfried Leibniz, Martin Heidegger o Jean-Paul Sartre) quedaron varadas frente a tan negro asunto.
Como la nada resulta una noción crucial en el texto bíblico, todo aquel preocupado por la hermenéutica por antonomasia no puede pasarla por alto. Tal era el caso de Fridegiso de Tours quien, en La nada y las tinieblas, encamina sus esfuerzos a concederle a la nada la dignidad ontológica que se merece, pues ello refrendaría la interpretación literal de la Biblia, que es la que le interesa. Para ello, junto a la propia lectura de las Escrituras, se apoya en las ambigüedades sintáctico-gramaticales que, según él, hacen que toda frase que afirme la no-existencia de la nada acabe cayendo en el absurdo (es decir, corroborando la existencia de la nada). Nuestro autor parte de una teoría lingüística ciertamente rudimentaria que entiende que para todo nombre ha de haber un referente con existencia real y efectiva fuera del lenguaje. Las herramientas filosóficas con las que razona tampoco son demasiado sofisticadas, pues, como bien apunta Pollán, «la época de Fridegiso era “prearistotélica”, es decir, “preontológica” en cierto sentido, en la medida en que no había conciencia filosófica de los diversos modos, grados, o niveles del ser». Y es que toda teoría lingüística supone una ontología (y viceversa, claro) y en La nada y las tinieblas ambas son un tanto ingenuas, un tanto gruesas, por lo que, más allá de que en el mundo contemporáneo ya no nos torturen estas cuestiones, es el carácter primitivo de los esquemas de pensamiento de Fridegiso de Tours lo que desactiva su vigencia y gran parte de su interés (el mismo Aristóteles, anterior en el tiempo, era infinitamente más sutil que este comentador de la Escritura).
Vistas así las cosas, sólo podemos concederle a este texto un valor histórico. No cabe duda de que el especialista puede sacar mucho provecho de esta edición —también del cotejo entre la traducción de Pollán y el texto latino—, pero no así el lector general, que encontrará mucho más jugosa la mencionada introducción. Quien se sienta atraído por los conflictos entre verdad revelada y verdad racional, entre religión y filosofía, y quiera acudir a algún autor clásico debe hacerse, si no lo conoce, con el Tratado sobre los principios del conocimiento humano, de George Berkeley, pues allí sí descubrirá una agilidad, una validez y también una ironía completamente ausentes en Fridegiso de Tours (conviene apuntar, claro, que son casi diez siglos los que separan a ambos autores por lo que, en este sentido, la comparación es un poco injusta).
Con todo, no podemos dejar de saludar el arrojo de este sello editorial al decidirse a publicar autores y obras tan desacostumbrados, gestos que educan al público lector y obligan a permanecer atentos a su catálogo.