El fantasma

09.07.2013

El fantasma

Publicado en El boomeran(g)

Patricio Pron en El Boomeran(g)

 

En 1929 el escritor suizo Robert Walser se internó voluntariamente en el sanatorio psiquiátrico de Waldau, cerca de Berna. Al ser trasladado a Herisau, en Appenzell-Außerrhoden, Walserchen, Robertchen, Röbeli Wauser, Walser Röbi, Robert Wären Walser, Walserchen, Hundeli Robert Walser Walser (algunos de los nombres con los que firmaba sus cartas) llevaba ya tres años loco, pero es posible que su locura se remontase a muchos años atrás: a su infancia, a alguno de los treinta y cinco años en los que fue escritor y escribió mil quinientos textos breves, poemas, pequeños dramas o situaciones escénicas, cuatro novelas a las que hay que sumar otras tres que, según su testimonio, destruyó, y otras dos de las que sólo nos han llegado fragmentos (más mucho seguramente perdido en sus incontables mudanzas) o al momento en que comenzó a escribir a lápiz porque la escritura con él le resultaba más agradable que con tinta (que no puede ser borrada, que hace que lo escrito parezca inalterable y definitivo) y comenzó a escribir en pequeños trozos de papel que cortaba con la tijera con una caligrafía tan minúscula que, con el tiempo, ni siquiera él mismo podía leer lo que había escrito en ellos.
 
A ese último período se remonta este Diario de 1926, que no es precisamente un diario, que tal vez no fue escrito en 1926 y que carece de tema. Vale decir: en este libro se habla de una cierta Erna, de la viuda que alguna vez le alquiló una habitación en su casa a Walser, de un compañero de colegio del escritor, de una visita que éste hizo al fisco, etcétera, pero el verdadero tema de este Diario de 1926 (si tiene alguno) es la imposibilidad de una literatura sin autor. A lo largo del libro, Walser se pregunta qué se dirá de él, si se lo considerará "frívolo o superficial" (8), se detiene ante "una duda nada desdeñable" (13) y dice encontrarse "en un mar de dudas" (22), no se "atreve" (14), habla de "obstáculos" (20), se detiene a evaluar lo que ha escrito, se pregunta "cómo decirlo" (11), considera posible fracasar en su objetivo y eso lo hace "temblar de desprecio" hacia sí mismo (20), sostiene que su obra está llena de "falsedades" (34), le atribuye "chapucería o elaboración romántica" excesiva (67), vuelve "a empezar" (46), se pregunta si debe "seguir adelante" (56), se echa en cara su "inseguridad" e "irresolución" (70), renuncia a la intención y al esfuerzo (75).
 
El resultado es una obra que se desactiva irónicamente a sí misma (uno de los rasgos estilísticos más notables del estilo de Robert Walser), pero también un texto que, yendo más allá, declara imposible la escritura de cualquier texto porque su autor tiene un impedimento y ese impedimento es él mismo. En algún punto de este libro, Walser pide disculpas al lector por sus rodeos (25); en otro (75) le propone un diálogo, pero ya no hay nadie allí para dialogar: nadie que lea y nadie que escriba. Diario de 1926 (magníficamente traducido, una vez más, por Juan de Sola) es el testimonio de lo que sucede cuando el autor de una obra se ha marchado, cuando ese autor ya no está allí en absoluto y quien escribe es su fantasma enloquecido.
 
 
Robert Walser
Diario de 1926
Trad. Juan de Sola
Segovia: La Uña Rota, 2013