"Ángela Segovia debuta en la novela con un texto extraordinario, limpio, con inmenso poder cautivador", César de Bordons

23.01.2023

"Ángela Segovia debuta en la novela con un texto extraordinario, limpio, con inmenso poder cautivador", César de Bordons

Publicado en DIARIO DE SEVILLA

Las vitalidades | Crítica

El hombre no existe

César de Bordons Ortiz

 

Es un lugar común el temor de los poetas a la hora de pasarse a la novela, la inseguridad por el cambio de registro, la duda con que se pergeñan los delgados hilos de la trama. Y la literatura, en cambio, ha dado grandes poetas novelistas que no han mostrado vacilación, algo alejados tal vez de una narrativa realista o factual, pero más eficaces en lo que tiene de emocional, sensual y verdadero la palabra. Son aquellos en que poesía, novela o teatro, todo es palabra y todo es literatura. Escritores y escritoras cuya devoción es la belleza.

La editorial La Uña Rota ha publicado un libro que comparte el aire de familia de los grandes poetas narradores: Las vitalidades, la primera novela de la hasta ahora conocida como poeta Ángela Segovia. Quien haya leído los libros de poesía de Segovia advertirá la trampa del crítico. Si bien es cierto que esta es la primera de sus obras que con cierta ortodoxia puede encuadrarse en la narrativa, sus anteriores títulos han recorrido con frecuencia el camino de la fabulación novelística. Así se ve claramente en La curva se volvió barricada (La Uña Rota, 2016, Premio Nacional de Poesía Joven al año siguiente) y aún más en Amor divino (misma editorial, 2018), por citar dos ejemplos.

Las vitalidades de Ángela Segovia se presenta en su contracubierta como una "novela hilo" frente a las novelas caudalosas de grandes historias entrecruzadas. Efectivamente, en lo que se refiere a la trama, la comparación es certera. La protagonista se llama Rune y tiene rasgos que permiten al lector imaginarla a veces como niña, a veces como muchacha, pero siempre en el mundo real y literariamente inquietante de la nubilidad. Rune, encerrada en una casa con una torre alta, vaga por sus habitaciones y jardines; tiene prohibido atravesar los muros y dedica su tiempo a rastrear la huella de una desaparición intermitente, la desaparición del personaje masculino, él.

Este rastreo acaba pareciendo al lector circular, pues consiste en que la protagonista da vueltas y más vueltas al hombre que muy pocas veces se prodiga, acaso algunas solo en el recuerdo, y casi lo invoca a través de las huellas, la lectura, el estudio, la caza o la destrucción que lo caracterizan. Ella lo va construyendo a él al tiempo que vela su ausencia, y él se presenta al lector como un pelele impotente en ocasiones, otras como un carcelero, pero muy pocas como lo que ella espera: su conexión con lo real. Ella solo puede reconstruirlo a base de restos, los restos de un hombre que ha dejado la vida irresponsablemente como un niño que deja el cuarto de juegos para ir corriendo a merendar.

Las vitalidades de Ángela Segovia es una obra sugerente y misteriosa; en otro tiempo habrían dicho enfermiza y degenerada, términos que no hacen más que estimular el interés y que además, reinterpretados con estima, se acoplan bien al espíritu y la forma del texto. Enfermiza porque la novela recupera, en su protagonista, el motivo de las enfermedades románticas y finiseculares que parecían transitar de la letra al alma y del alma a la letra (Werther, la Tatiana de Eugen Onegin, el Narrador de Proust…). Y degenerada por la exposición a la vista de los pilares, muletas y bastones que sostienen las relaciones íntimas, como en esos cuadros de Dalí que muestran al hombre y la mujer como enormes cajoneras sujetas por débiles palos.

La enfermedad adquiere el aspecto de un estado de gracia en la medida en que permite a la protagonista atraerlo a él: "Me sentía como si estuviera hilada entre las fibras de las sábanas blancas (…) Todos los días él aparecía en mis habitaciones y me miraba estar quieta y estar muda". El juego de atracciones y abandonos precipita la trama y el destino de la protagonista con la aparición de un tercer personaje, Bedeutung, llamado en cierto modo a significar y por tanto destruir los confusos hilos del amor.
 

La novela deja oír una voz ingenua y vulnerable cuya visión del mundo produce una sensación de inquietante extrañeza, que nunca deja ver a las claras la violencia del encierro o el dolor de la enfermedad, pero que disemina sus piezas con maestría; una voz que recuerda a las canciones de la francesa Barbara (especialmente L’Aigle noir) o las novelas de Julien Gracq (sobre todo, En el castillo de Argol). Los tres comparten un rico uso de las imágenes de origen surrealista, pero ciertamente descreídas de su independencia y puestas al servicio de algo mayor que las ordena y lanza a un más allá.

Ángela Segovia debuta en la novela con un texto extraordinario, limpio, con inmenso poder cautivador, escrito en una prosa rítmica y sugerente que atrapa desde la primera línea ("Soñé que de pronto se daba la excusa perfecta para que él hablara") hasta la última ("No me subieron comida, y si lo hicieron, yo dormía"). Las vitalidades es un acto de fe en la letra, de creencia desesperada y bella en la escritura.

Ángela Segovia.

Ángela Segovia. / Álvaro Segovia