«La realidad supera a la ficción, pero no a los sueños.» Peio H. Riaño, del Confidencial, en el diván con Graham Greene

19.11.2014

«La realidad supera a la ficción, pero no a los sueños.» Peio H. Riaño, del Confidencial, en el diván con Graham Greene

Publicado en El Confidencial (Peio H. Riaño)

Graham Greene pasado por el psicoanalista

Por Peio H. Riaño | 16/11/2014

Los últimos meses de su vida Graham Greene (1904-1991) los dedicó a escribir un diario de sueños, que había ido apuntando en sus diarios durante 25 años. Pocos días antes de morir dio orden a su compañera, Yvonne Cloetta, de meter en imprenta Un mundo propio, el libro en el que se recoge “una pequeña selección” de todos ellos (y que ahora publica en castellano la editorial La Uña Rota). Al mundo del subconsciente y la imaginación, el autor de El americano impasible lo llamaba farfelu y en él todo se entrecruza y se confunde.

Un mundo propio es, en realidad, un mundo íntimo. Tanta intimidad como en la autobiografía que nunca quiso escribir por temor a incurrir en la de terceros. Su biógrafo, Norman Sherry, dice de él que fue un hombre que conservó la timidez hasta la muerte. Quizá por eso su amante explica en el prólogo del libro que “soñar era como tomarse unas vacaciones de sí mismo”. El autor que avanzó la literatura como la cepa escrita de la industria del entretenimiento era “por naturaleza, el espía perfecto, un hombre profundamente reservado, su vida seguía siendo un misterio incluso para los que le eran más próximos”.

Los grandes nombres de la historia del último tercio del siglo XX son protagonistas de su mundo propio, el de los sueños que apuntaba cada noche

El propio Greene reconoce que es un consuelo saber que existe un mundo que nos es estrictamente propio, que no se comparte con nadie más. “No hay ningún testigo. Ningún pleito por difamación. Los personajes con los que me encuentro allí no recuerdan haberme conocido, ningún periodista o aspirante a biógrafo puede contrastar mi versión con la de otro”. De hecho, los grandes nombres de la historia del último tercio del siglo XX son protagonistas en su propio mundo.

Cuenta, con asombrosa ironía y claridad, su paso por el servicio secreto y, de alguna manera, sus desvelos como gran creador de la novela de espías: “Las experiencias que viví en el M16 (el Servicio de Inteligencia Británico) en mi Mundo Propio fueron mucho más interesantes que el trabajo de oficina que desempeñé durante tres años en el Mundo Común”. Y desvela algunas cuestiones de lo más interesantes sobre los secretos oficiales pasados por la minipimer imaginaria, tan absurdos como un guion de 007 escrito por los Monty Python.  

“Recuerdo que entré en un salón suntuosamente amueblado donde Goebbels ocupaba un sillón dorado. Había varias personas más en la estancia, y aguardé junto a la repisa de mármol de una chimenea a la espera de mi oportunidad, pues llevaba conmigo un arma secreta para matar a Goebbels: un cigarrillo que desprendía un humo letal, que al inhalarse provocaba una muerte instantánea”. El escritor se mantenía cerca de su víctima, sostenía el cigarrillo donde el humo pudiera alcanzarle, pero problemas: “Empecé a impacientarme y le metí la colilla por la nariz antes de emprender la huida. Esperaba que el veneno actuara con rapidez y que la confusión me permitiera ganar tiempo para escapar”.

Entre dos mundos

Hemingway también protagonizó uno: “De algún modo me llegó el material nuevo en relación con Kim Philby [alto rango de la inteligencia británica]. Al parecer había reclutado a Ernst Hemingway para informar sobre los refugiados desde Hong Kong. Hemingway iba muy mal de dinero, y con eso ganaba unas 500 libras a la semana que le hacían mucha falta para mantener a su familia”.

En las novelas y los sueños su relato es minucioso, sus detalles sensoriales crean ambiente, temperatura y ritmo. Maestro en el oficio de la intriga

Greene establece una separación entre su Mundo Propio y el Mundo Común en sus escritos, pero no lo tuvo siempre tan claro: “He vivido casi tanto tiempo con personajes imaginarios como con hombres y mujeres reales”, escribió a los 65 años, confirmando que entre ambos mundos las fronteras se desvanecen. En las novelas y los sueños su relato es minucioso, sus detalles sensoriales crean ambiente, temperatura y ritmo. Maestro en el oficio de la intriga.

Tenía a mano papel y lápiz en la mesilla de noche para no dejar escapar ni un sueño. Solía ocurrirle cinco o seis veces por noche. “Anotaba las palabras clave que por la mañana lo ayudarían a reconstruirlo. Luego lo transcribía. Recuerdo su primer diario, un cuaderno grande de cuero verde oscuro”, cuenta Cloetta. Recuerda que su jornada como escritor empezaba después de desayunar, escribía unas quinientas palabras. “Cada noche acostumbraba a releer, antes de irse a la cama, el tramo de la novela o del relato que hubiera escrito por la mañana, y dejaba que el subconsciente trabajara durante la noche”, señalando la importancia del subconsciente en el proceso creativo.

Sueños famosos

“Una extraña experiencia sigue grabada en mi cerebro como un titular periodístico: “El suicidio de Charlie Chaplin”. Empezó con el rumor de la muerte de mi amigo. Me encontraba en un gran cine abarrotado de gente y esperaba que en cualquier momento se hiciera un comunicado. Incluso temía que la noticia desatara el pánico entre el público”. Desmienten la noticia y Charlie llama a la puerta de su casa, moribundo y envenenado.

A De Gaulle le preguntó en uno de sus sueños, delante de una rebanada de pan: '¿Corteza o miga, mon général?'

Greene también soñó con estadistas y políticos como el general De Gaulle, de quien guardaba un recuerdo fugaz y con quien coincidió en el Mundo Propio delante de unas rebanadas de pan: “¿Corteza o miga, mon général? –le pregunté, pero al mirar el pan me di cuenta de lo poco que había, tanto de lo uno como de lo otro. Mejor las dos cosas –le dije, y le di todo lo que quedaba”. De Francia a Rusia: “En el Mundo Común siempre sentí cierto afecto por Jrushchov, a pesar de que invadiera Hungría”. Adoraba la manera en la que aporreó la mesa de las Naciones Unidas durante la crisis de Cuba y mantuvo varias cenas con él en su mundo.

En junio de 1984 dice que visitó a Fidel Castro en Cuba, como si hubiese ocurrido en el Mundo Común. “Dimos un paseo mientras charlaban amigablemente y nos detuvimos al lado de un pobre hombre que lloraba. Acababa de enterrar a un chiquillo en una tumba diminuta que él mismo había cavado. Castro trató de reconfortarlo diciéndole que su hijo ya no sufriría nada, no sabría nada, pero el hombre no se consoló. Yo me santigüé, y el hombre dejó de llorar en el acto y me estrechó la mano. –Me parece que usted es de los que creen que posiblemente haya algo después de la muerte –me dijo”.

“La escritura representa sólo un pequeño papel en mi Mundo Propio. Una vez di con una idea para un cuento titulado La geografía de la conciencia, sobre una mujer en Canadá, una irlandesa católica que iba a Italia a reunirse con su marido. La señora llamó por teléfono a su obispo para saber si podía tomar la píldora anticonceptiva, a lo que el religioso le dijo que obrara según su conciencia, así que la mujer tomó una”, explica Greene, converso al catolicismo, en el capítulo dedicado al oficio de escribir. “Ya en Roma, en un clima moral totalmente distinto, empezó a remorderle la conciencia por las píldoras. Se suponía que la historia era una comedia, y necesitaba un tercer giro en torno a la conciencia geográfica. La idea me sigue pareciendo plausible, pero nunca he encontrado en el Mundo Común ese tercer giro necesario”. La realidad supera a la ficción, pero no a los sueños.